La crisis
migratoria en la que está inmersa Europa por los brutales conflictos armados en
Siria, Libia o Túnez ha hecho a Europa en receptora del mayor éxodo migratorio
desde la II Guerra Mundial y, aunque les ha costado a los dirigentes
europeos, parece que por fin Europa está dando los pasos necesarios para el
cambio de política que la ola de los refugiados exige. Hemos conocido que la
Comisión Europea propondrá el reparto de 120.000 refugiados entre los 28 países
miembros de la UE, los que sumados a los 40.000 propuestos anteriormente,
sumarían un total de 160.000. La cifra, aunque considerable, es apenas una
parte de todos los refugiados que habrán llegado este año a Europa. Pero, por
supuesto, más importante que la cifra es el propósito de diseñar un mecanismo
permanente, automático, equitativo y obligatorio de reparto. Para afrontar esta
crisis con alguna garantía de éxito es preciso que los países miembros asuman
la dimensión global del problema. Por ello, es positivo que el Gobierno español
haya rectificado y anuncie que acogerá la cuota de refugiados que le
corresponda.
Porque ningún país puede afrontar solo este desafío. Nos
encontramos ante un enorme reto
para toda Europa, quizá mayor que la crisis económica que nos acechó, y no solo
para los países de llegada, que lo son por su posición geográfica, ni tampoco para los que, como
Alemania, concentran el mayor número de peticiones de asilo, por haber sido hasta
ahora más generosos que los demás. Solo en agosto Alemania ha recibido 104.000
solicitudes. Por mucho que sea el país con mayor capacidad económica y
demográfica de Europa, es evidente que no puede ni debe asumir en solitario una
avalancha que al finalizar el año podría alcanzar los 800.000 refugiados.Se
podrá criticar mucho a Alemania, pero en esta crisis, está siendo todo un
ejemplo a seguir. Tiene el mérito de no haber rehuido el problema y su
autoridad moral es, en esta cuestión, indiscutible. No solo por la política de
su Gobierno, con Ángela Merkel ejerciendo un liderazgo continental muy
necesario; también por el compromiso de sus ciudadanos.
También, hemos de tener presente el importante auge de
las ideas populistas y xenófobas en Europa que no están tardando en sacar
rédito de la situación migratoria, para frenar su auge y la propagación de sus
desmedidas ideas el mejor antídoto es una gestión comunitaria amplia,
compartida y de largo alcance. No tengo duda de que no cabe otra actuación ante
esto porque la alternativa es la disgregación política y el retroceso en
avances en libertades como la libre circulación de las personas, para
precipitarse hacia un escenario de nacionalismos amurallados y militarización
caótica de las fronteras.
Europa ha de hacer
de la necesidad virtud; mirar a largo plazo y afrontar esta crisis como una
oportunidad para avanzar en la unión y reforzarse.
Hemos de tener en cuenta que la tasa de población de la
Unión Europea es baja (Con 507 millones de habitantes en 28 países) y
necesitará a corto y medio plazo contingentes migratorios con los que apuntalar
su economía, por tanto, los refugiados que llaman ahora a las puertas de
nuestros continentes pueden contribuir a ese futuro, como los exiliados
españoles contribuyeron al de México y otros países que les acogieron.
Muchos de los que llegan son jóvenes y preparados, además
de familias con niños que saben que, desgraciadamente no podrán volver durante
mucho tiempo a sus países de origen y que no se resignan a dar a sus hijos el
horizonte sin futuro de un campamento de acogida. La esperanza de cientos de
miles de personas asoladas por la guerra, la miseria, la barbarie y la
destrucción está en Europa y Europa puede construirse mejor y más fuerte
siendo generosa con ellos.